lunes, 29 de abril de 2013

Los amantes pasajeros

Cuando un director de cine con cierta fama convierte en compromiso la regla no escrita de dirigir películas con una periodicidad constante, corre el peligro de ser presa de la falta de inspiración. Ésta es una de las posibles razones por las cuales, incluso los cineastas mejor reconocidos, dan muestras de irregularidad en su filmografía: el director de cine tiene que comer, y para ello ha de mantenerse activo a cualquier precio. Pero ni siquiera ésta es excusa para que un director consagrado como Pedro Almodóvar cometa un error del tamaño de Los amantes pasajeros. Acaso para justificar la insultante falta de solidez del largometraje, en el momento del estreno de esta película se repitió hasta la saciedad que suponía "el regreso a la comedia del director de La piel que habito, como si Almodóvar hubiera renunciado completamente a los momentos cómicos en sus últimos dramas, o no hubiera filmado hace poco tiempo piezas tan hilarantes como el cortometraje La concejala antropófaga, ofrecido como segmento complementario a su infravalorada Los abrazos rotos. Pero una cosa es no rodar un cine serio, y otra muy distinta es no tomarse en serio su propio trabajo. Se mire por donde se mire, la película no tiene el menor grado de interés, ni siquiera como eslabón que nos permita comprender la personalidad de su autor, al tiempo que sienta un terrible precedente en lo que se refiere a su prestigio, allí donde hasta ahora había demostrado una mayor destreza: pensemos, por ejemplo, que sería de la etiqueta "chico/chica Almodóvar" si todos los intérpretes dirigidos por el manchego hasta la fecha hubieran ofrecido las caracterizaciones que aquí aportan Javier Cámara, Raúl Arévalo o Carlos Areces. Lo más irritante de todo es esa búsqueda gratuita de provación, que parece haber adquirido el realizador contagiado por colaboradores como David Delfín, cuya prescindible labor en el diseño de vestuario (el cual podía haber sido diseñado por cualquier sastre anónimo), nos sirve para recordarnos las muchas ocasiones en que este joven diseñador de moda ha abrazado lo polícamente incorrecto en defensa de la libertad creativa, jugando sus cartas mediáticas de manera que uno no puede mostrarse crítico ante su trabajo sin ser tachado de intolerante o reaccionario. No es el mejor momento para que Almodóvar practique la transgresión gratuita de sus inicios, sino de poner toda su creatividad al servicio del cine español, ahora que tan necesitado está de talento.

Los amantes pasajeros - Pedro Almodóvar - 2013 [ficha técnica]
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lunes, 22 de abril de 2013

To the Wonder

No le ha sentado bien del todo al cineasta norteamericano Terrence Malick romper con la desesperante cadencia de su labor como director, la que le obligaba a esperar varios lustros antes de completar su siguiente largometraje cinematográfico, pues el breve intervalo de poco más de un año transcurrido entre los estrenos de El árbol de la vida y To the Wonder delata una insuficiencia por parte de Malick a la hora de idear las líneas narrativas del proyecto que tiene entre manos. No es que los veinte años transcurridos entre Días del cielo y La delgada línea roja sean necesariamente los causantes de los méritos de esta última, sino que en tantos años el director tiene tiempo para meditar un relato sin caer en los errores argumentales de su último largometraje. Empezando por la pareja de personajes protagonistas, podríamos admitir el excesivo mutismo del personaje de Neil (Ben Affleck) como algo deliberado, pero la composición que la actriz Olga Kurylenko hace de la pareja de aquél, Marina, resulta mecánica y cargante hasta el exceso, presentándose como una especie de ninfa para el protagonista que no para de bailar y saltar de alegría jugando a ser perseguida por su pareja, y de buscar cierto encanto seductor (y esto es lo peor) mediante un exotismo de trazo grueso, intolerable en un largometraje firmado por alguien de la altura de miras de Terrence Malick. Porque si es ridículo ver a una joven parisina fascinarse por el colorido de las ferias rurales en la América profunda, o por el orden y limpieza de las estanterías de un supermercado americano, más chocante resulta la historia que Marina confiesa al también inmigrante Padre Quitanta (Javier Bardem), en torno a un marido que la dejó abandonada para irse a las Islas Canarias (sic) sin que una intolerante comunidad europea le reconozca la nulidad de su matrimonio, como si la joven procediera de una especie de régimen ultracatólico y encontrara en los Estados Unidos la meca del progresismo. Llegado este punto, no queda claro si el director ha querido referirse a la extranjería de la joven con una irónica mala uva, o en serio ve esto como algo normal en el mundo en que vivimos, más teniendo en cuenta que llega a subrayar todo esto durante los (breves, por suerte) minutos en los que otra joven, esta vez italiana (Romina Mondello), de una manera cargante a más no poder, encarna la conciencia de la protagonista recopilando todos los tópicos de la mujer latina.

No por casualidad, cuando mejor se disfrutan las virtudes de la labor de Malick, así como de todo su equipo técnico habitual (con mención especial a un Emmanuel Lubezki, de nuevo, muy inspirado a la hora de sacar partido fotográfico a su nerviosa steadicam), es en aquellas escenas de transición donde se nos introduce a los protagonistas (en el prólogo, Malick pasa de la cámara doméstica que los propios personajes utilizan, al formato en alta definición que ya no abandonará, dando forma a su historia de manera gradual), o cuando los protagonistas se separan y Marina desaparece de escena, no sólo en los minutos finales, donde vemos con desolación a la joven adentrarse en el oscuro túnel de un aeropuerto, también en el tramo central en el que Neil vive un affair con una rubia americana, Jane (Rachel McAdams), quien dura en escena lo justo para no sacar a relucir también la posible indefinición del personaje, haciendo la química entre los amantes mucho más creíble. Tal vez por ello resultan mucho más notables las ideas visuales que el director y sus colaboradores ponen en pantalla durante esos minutos. Por ejemplo, véase el preámbulo al encuentro con Jane donde bastan unas simples imágenes de un paisaje nevado en lo que parece un duro invierno para remarcar el tiempo transcurrido entre dos segmentos, por no hablar de cómo el director sabe encadenar los improvisados planos de miradas y encuentros entre los personajes para ir dibujando una relación cada vez más íntima entre ambos, sin necesidad de que las palabras nos hablen de ello, como tampoco son necesarias en la que es, sin duda, una de las mejores soluciones visuales de Malick, en el momento en el que Neil confiesa a Jane su pasado sentimental y la necesidad de rehacer su vida junto a su anterior pareja: en lugar de oir una confesión verbal del protagonista, vemos a la mujer entrando en una estancia a oscuras, con un mobiliario extraño, casi aterrador, lo que supone una abstracción de sus pensamientos ante esa revelación. Si Malick hubiera ofrecido la misma firmeza en el fondo que en la forma, estaríamos hablando de una de sus mejores películas.

To the Wonder - Terrence Malick - 2012 [ficha técnica]
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jueves, 4 de abril de 2013

La noche más oscura

La enésima revisitación del cine bélico/político a cargo de la cineasta Kathryn Bigelow ha sido acogida con bastante más frialdad que su (a mi juicio) sobrevalorado largometraje anterior, lo cual resulta bastante extraño siendo Zero Dark Thirty un film mucho más logrado. Y es que, a pesar de compartir alguna de las limitaciones de En tierra hostil, sobre todo en lo previsibles que resultan ambas películas en momentos donde la directora pretende atrapar al espectador con una malograda tensión (cf. la secuencia del atentado en Camp Chapman en Afganistán), su nuevo largometraje potencia los escasos atractivos de su anterior trabajo. Tal vez la corriente de opinión se ha dejado llevar por las evidentes similitudes que este trabajo para el cine guarda con la célebre (pero muy irregular) serie de televisión Homeland, con la cual no sólo comparte el hecho de que su protagonista femenina trabaja para los servicios de inteligencia norteamericanos y vive obsesionada con evitar todo posible atentado dentro del territorio nacional (de hecho, la palabra "homeland" se repite hasta la saciedad en la versión original de esta película), además es Zero Dark Thirty una película rodada en formato digital con un estilo muy televisivo, que a veces no puede esconder graves carencias de presupuesto.

Todo ello no debería eclipsar las virtudes que tiene aquí el trabajo de Bigelow, quien hilvana un relato cada vez más interesante pese a lo generoso de su metraje, con un guión que no solo desarrolla la acción sino que ofrece las pertinentes preguntas hacia la justificación de la misión de Maya, o a que su trabajo no impida que se sigan cometiendo brutales atentados en todo el mundo, como tampoco podemos ignorar el hecho de que el film ofrece una gran coherencia dentro de la filmografía de su autora. Así, si al final de En tierra hostil veíamos cómo su protagonista se encontraba a sí mismo completamente desubicado en la rutina diaria de un ciudadano americano corriente, Maya (Jessica Chastain) es en Zero Dark Thirty una mujer que vive por y para la acción bélica, pero entendida aquí de una manera más contemplativa, ofreciendo gracias a esto último muchas pistas para ver el conflicto a través de los ojos de la propia cineasta.

Maya es lo más parecido a un alter-ego de Bigelow que podemos encontrar en su cine y, en ese sentido, llama la atención el casi inexistente interés que ésta deposita sobre los rasgos personales de su protagonista: una única vez vemos a la mujer hablar sobre sus asuntos sentimentales con una compañera, Jessica (Jennifer Ehle), y justo cuando ésta última plantea la posibilidad de que las mujeres tengan una aventura con un jefe o un compañero, un brutal atentado (basado en hechos reales acontecidos en el Hotel Marriott de Islamabad) les devuelve a la cruda realidad de su trabajo (más adelante podemos ver que Maya tiene una foto con su amiga como fondo de su pantalla de ordenador, pero esta imagen dura una fracción de segundo). Ello no impide que adivinemos en Maya la mirada de la autora del film, siendo ésta una mujer, como ha demostrado en casi todas sus películas, que profesa una ambigua admiración hacia los individuos del otro sexo, moviéndose entre el desprecio y la simpatía, sobre todo cuando estos se desenvuelven dentro de un ambiente tan varonil e impetuoso, a la vez que frívolo y descerebrado, como es el ejercito. De ahí que en los tensos minutos previos al asalto final veamos justo esa mirada en la protagonista de la ficción, mientras que durante la incursión del ejercito se lleve a cabo un minucioso y muy creíble trabajo de recreación del asalto, y es que es ahora la directora la que mira con dignidad y respeto a sus compañeros. En consonancia con todo esto, resulta muy dramático y desolador el plano final con las lágrimas de Maya, cuando un compañero bromea preguntando a dónde quiere que la lleve, y ella sabe que, una vez cumplida su misión, su propia vida ya no tiene sentido.

Zero Dark Thirty - Kathryn Bigelow - 2012 [ficha técnica]
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