domingo, 11 de marzo de 2012

Moneyball: Rompiendo las reglas

En el mundo empresarial se ha puesto de moda en las últimas décadas el término "coaching" que, dada su raíz deportiva (a partir del anglicismo "coach", entendido como entrenador de un equipo o preparador de un atleta), aplicado al terreno ejecutivo casi se define por sí mismo, al denotar una ruptura con el concepto de jefe tradicional, con el mero ejecutor de la voz de mando, y abogar por un nuevo modelo de liderazgo, que trata de posicionar de manera justa a los integrantes de un equipo según sus habilidades y motivarles para la consecución de un objetivo común. Moneyball, una película centrada en la cúpula de un modesto equipo de baseball, es uno de esos largometrajes perfectos para ser proyectados como ejemplo práctico a un curso de coaching ejecutivo, o de cualquier cosa que tenga que ver con el etéreo mundo del liderazgo empresarial, ya que el guión de Steven Zaillian y Aaron Sorkin a partir del libro Moneyball: The Art of Winning an Unfair Game (obra del cronista financiero Michael Lewis), que versa sobre el equipo de baseball Oakland Athletics y su director general Billy Beane (interpretado por Brad Pitt en la ficción), se edifica sobre una sucesión de moralejas aplicables al socialmente vilipendiado rol de jefe y/o directivo. Entre estas moralejas destacamos, por ejemplo, la virtud del responsable de un proyecto para encontrar la solución buscando primero el problema (cuando todos piensan que basta con reemplazar a tres importantes jugadores que han abandonado el equipo, Beane ve que son un equipo pequeño sin los recursos para pensar como los grandes); la importancia de una idea revolucionaria y sus problemas de aceptación (la ruptura con el modelo clásico, con innumerables partidarios, basado en los caza-talentos y la valoración a partir de aptitudes para batear y robar bases); la necesidad de confiar ciegamente y contra corriente en la decisión tomada (las matemáticas avanzadas como base de la constitución del equipo, a partir del análisis del rendimiento de los jugadores, una idea que hace que los Athletics pierdan al principio casi todos los partidos); la dura pero necesaria labor de expulsar o corregir a los miembros del grupo "no alineados" para encauzar la situación (la cesión a otros equipos de dos jugadores sobrevalorados con el fin de que el entrenador no tenga más remedio que convocar a otros aparentemente menos dotados pero que se ajustan al modelo), o la implicación del líder mostrándose cercano al equipo como revulsivo final para la consecución del éxito (en el momento de máxima crisis, Beane deja de ser una figura jerárquica ausente y charla con cada uno de los jugadores para motivarles, siendo de especial relevancia el discurso ante el más veterano, al que le hace ver que aún no ha dado todo lo que podía y le anima a que sea un ejemplo para los jóvenes).

En lo cinematográfico, añadir que es una lástima que este segundo largometraje de ficción de Bennet Miller pase desapercibido, en cierto modo y sobre todo en comparación con su laureado debut Capote, o que este Moneyball se haya descrito como un vehículo para lucimiento de su actor principal, cuando lo cierto es que en muchos sentidos Miller corre aquí más riesgos al no hablarnos de un personaje tan ilustre como Truman Capote y tratar un tema tan peliagudo, sobre todo en los tiempos que corren, como la gestión de personas y el manejo del dinero, aparte su extraño estilo directo y reposado, con una enorme claridad expositiva y una manera muy sutil de dirigir a los actores (con detalles tan imperceptibles como un personaje que se balancea nervioso en su silla cuando habla con alguien al que reconoce como superior), y la facilidad en su didáctica para transmitir conceptos, en ocasiones, demasiado abstractos, devienen fundamentales para el relato narrado, si bien esta claridad es en ocasiones sólo aparente, ya que Miller y su editor Christopher Tellefsen combinan diferentes formatos y adoptan a menudo soluciones de montaje poco ortodoxas, como cuando vemos sucederse en la pantalla imágenes que resumen el curso de determinados acontecimientos y al mismo tiempo escuchamos (en una clara crítica a cierto tipo de periodismo ventajista) a varios locutores deportivos narrar exactamente lo contrario. En el guión de Zaillian y Sorkin se asume incluso que parece estar narrándose un manual de buenas prácticas en el liderazgo, llegando a tratarse con ironía en el momento en que el rechoncho Peter Brand (Jonah Hill) enseña a Beane un vídeo en el que un bateador no sabe ver su éxito presa de sus miedos afirmando, en un guiño de humor de los guionistas, que se trata de una metáfora. Por otro lado, queda la incógnita de saber cómo hubiera resuelto el proyecto Steven Soderbergh de no haberlo abandonado, si hubiera optado por la simplicidad narrativa de Miller, o cómo lo hubiera acogido la prensa cinematográfica, ahora que parece que nadie tiene nada bueno que decir del autor de Sexo, mentiras y cintas de vídeo, lo cierto es que parece que quede algo en el trabajo (más que correcto, todo hay que decirlo) de Brad Pitt a las órdenes de Miller de lo que este actor compuso para su personaje en la trilogía de Ocean's Eleven, sobre todo ese tono más o menos pacífico con puntuales estallidos de rabia, o su comportamiento en las conversaciones de grupo (sobre todo en esas asambleas de crisis del principio del film), su manera de señalar a los demás y de encerrarlos mediante la dialéctica, ofreciendo un humor tan contenido como inteligente.

Moneyball - Bennett Miller - 2011 [ficha técnica]
... leer más

sábado, 3 de marzo de 2012

The Yellow Sea

Si el cine coreano tiene hoy en día cierto prestigio internacional no se debe a criterios cualitativos (no estoy diciendo con esto que sea malo) sino a que muchos de sus representantes se han movido en una misma dirección, definiendo con ello una identidad inequívoca. La mayoría de los directores coreanos con proyección en el extranjero, y cada uno en su medida (desde los más extremos como Park Chan-Wook, hasta otros más comedidos como Bong Joon-ho, pasando por Jang Sun-Woo o Kim Ki-Duk), han basado el imaginario de su lenguaje en la crudeza visual, a menudo siguiendo un tratamiento hiper-realista de la violencia cuyo efecto en el espectador no llega a los extremos del gore, al contrario, se asemeja a la tensión psicológica producida cuando la violencia tiene lugar fuera de cuadro . Los que no conocemos su film de debut (The Chaser) descubrimos con The Yellow Sea que Na Hong-jin no es una excepción, basta ver cómo en su relato se utiliza la enfermedad de la rabia como leitmotiv, llegando a ser la semilla de su discurso, la explicación insinuada de por qué alguno de sus personajes actúa de una manera tan despiadada: en una de las secuencias vemos a los miembros de uno de los clanes comer con las manos trozos de carne, que parece estar cruda, de un animal desmembrado, acaso uno de los perros rabiosos que el narrador cita al principio del relato.

No obstante, los mejores momentos de la función se nos ofrecen en las escenas más contenidas, sobre todo en el segundo segmento de este film por episodios, cuando Hong-jin nos muestra a su desesperado protagonista planificando el asesinato que sus acreedores le han encargado, cómo éste calcula los tiempos que debe esperar para que las luces de la escalera se apaguen y se enciendan con normalidad, para así no despertar las sospechas del chófer de la víctima. La ansiedad del personaje en este tramo, quien parece no haber matado nunca a nadie pero a la vez necesita cometer el crimen para asegurar su propia supervivencia, recuerdan gratamente a los primeros compases del brillante relato carcelario desarrollado en Un profeta, pero es una pena que Hong-Jin no mantenga mucho rato el rigor de Jacques Audiard, y es precisamente en el momento de un crimen que al final no seguirá el curso esperado cuando el director resuelve la escena de un modo, en mi opinión, desleal y que se repetirá de manera mecánica en instantes posteriores del relato, consistente en guiar la acción de la manera más imprevisible, acorralando a su personaje donde ya no tiene escapatoria, para darle la vuelta mediante un montaje nervioso e ininteligible, convirtiendo al espectador en alguien que no es testigo de los hechos, sino que supone que el personaje estaba acorralado pero, de algún modo, ahora ya no lo está. Conviene comparar la secuencia del barco, donde el protagonista se va deshaciendo de los matones a medida que escapa por estrechos pasadizos, con aquella en la que el personaje central de Old boy hacía lo mismo con sus enemigos: Park Chan-wook hacía creíble el momento con una toma lateral ininterrumpida similar a la de los antiguos videojuegos de perspectiva en dos dimensiones, sin duda una solución de puesta en escena mucho más arriesgada y efectiva que el inestable punto de vista de Hong-jin.

Hwanghae - Hong-jin Na - 2010 [ficha técnica]
... leer más