miércoles, 10 de noviembre de 2010

Copia certificada

La nueva película de Abbas Kiarostami materializa la capitulación de una errática etapa en la carrera del autor iraní de la que se diría que intentaba desintegrar su propio cine a base de proponer ejercicios cada vez más radicales. Y es que, si bien es cierto que el cine del director nunca ha contado con un exagerado beneplácito del público, en todos los largometrajes que Kiarostami rodó antes de la minimalista Ten, en obras maestras como Close up, Y la vida continúa o El sabor de las cerezas (por las cuales fue consagrado en festivales y filmotecas de todo el mundo) el director ofrecía un contenido cinematográfico más accesible, menos transgresor para el espectador tradicional, una práctica que parecía haber aparcado para siempre y que es, a mi juicio, mucho más interesante que el cine extremo propuesto en Five, en 10 on ten o, sobre todo, en Shirin. Sin embargo, la buena noticia no es que Kiarostami haya regresado a un cine de estructura más cabal (es probable que Copia certificada sea su trabajo más correcto en términos académicos), sino que ha retomado la altura de sus pretensiones temáticas: lo que hacía grande al cine que Kiarostami rodó en el Siglo XX era la grandeza del director a la hora de manejar conceptos abstractos mediante la plástica del lenguaje cinematográfico.

En Copia certificada esta grandeza se ve lastrada por el empleo de actores profesionales, que sin tener la inocencia de los anónimos, bajo la tutela de Kiarostami tienen el mismo grado de sobreactuación, pero también se ve magnificada por un generoso presupuesto con el que el director casi nunca había contado y que potencia las posibilidades narrativas de su cine: basta con ver el plano, tantas veces presente en el cine del realizador, de los protagonistas en el interior de un coche, sin estar en este caso velado por la escasez de medios, sino aprovechando el sutil trabajo del operador Luca Bigazzi, con el paisaje rural que recorre el vehículo reflejado elegantemente en el parabrisas. Y es que Kiarostami da en esta película una importancia vital a los reflejos, siendo elementos fundamentales de su puesta en escena los espejos, las imágenes duplicadas, las copias. Así, la Copia certificada del título no se refiere tanto al facsimil del arte como a la copia de los individuos, y ello es algo que el autor no tarda en exponer mediante el personaje de James Miller (William Shimell) cuando afirma en su discurso inicial que la copia se encontraba ya antes en la genética que en el arte. Ello enlaza con los primeros compases del film en los que, a medida que la conoce, Miller intenta aleccionar a su admiradora (Juliette Binoche) sobre cómo educar a su hijo, quien es, en palabras de ella, el vivo retrato de su padre. Pero, como no podía ser de otra manera, este primer discurso sobre el carácter repetitivo de la procreación humana enseguida se queda pequeño en manos de Kiarostami, quien dinamita el relato en el momento en el que proyecta el concepto de "copia" sobre la invariabilidad del comportamiento humano y sobre sus consecuencias como detonante del tedio en la vida de pareja, y lo hace permitiendo que sus personajes entablen un ejercicio de recreación (tanto interpretativa como física, de ahí que se subraye el ritual mediante el que se acicalan frente al espejo), en el que cada uno finge ser la pareja real del otro, para descubrir la escasa diferencia que hay entre ambos, al tiempo que analizan lo que tienen en común con todas las parejas que se encuentran por el camino. En este caso, las conclusiones que Kiarostami plantea con su discurso tienen un tono mucho más desolador de lo que el director acostumbra a ofrecer, en parte por poner cada vez más en el centro del relato a un personaje tan apático como el de Miller, quien asume al final su patética condición de participante de un juego del que se creía espectador. Así nos lo cuenta Kiarostami, una vez más, en un magistral plano final que podría ser analizado durante horas.

'Copie Conforme' - Abbas Kiarostami - 2010 [ficha técnica]
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martes, 2 de noviembre de 2010

The Lovely Bones

La carrera cinematográfica del cineasta Peter Jackson hasta la fecha constituye un fenómeno curioso. Empezó proponiendo un cine tan gamberro, minoritario y de bajo presupuesto como el desarrollado en Mal gusto y El delirante mundo de los Feebles, para terminar rodando un cine tan mainstream y desorbitadamente caro como la trilogía de El señor de los anillos. No es de extrañar que, ante semejante heterogeneidad, la prensa especializada coincida en señalar a Criaturas celestiales como el film más paradigmático de su director, acaso por ser una película equidistante de todos los extremos en los que Jackson se ha movido, si bien era, desde mi punto de vista, la película más atípica de su filmografía hasta que el propio director ha dado la razón a sus estudiosos con la llegada de The Lovely Bones, donde retoma el tipo de relato que desarrolló en Criaturas celestiales, esto es, una historia costumbrista de sucesos criminales narrada desde la óptica de lo fantástico y protagonizada por mujeres jóvenes. Lo malo del asunto es que, a estas alturas, y como ya demostró en King Kong, donde retomó de manera forzada y gratuita el cine grandilocuente que le hizo célebre, el cine de Peter Jackson se ha convertido en una víctima de sí mismo, por lo que The Lovely Bones resulta un film fallido hasta el punto de parecerme un completo error que fuera el director neozelandes quien se hiciera cargo del proyecto, ya que la historia parece funcionar tanto mejor cuanto más racional es la mirada del narrador, como demuestra el tramo inicial del film, que concluye con la brillante secuencia del encuentro entre la adolescente Susie Salmon (Saoirse Ronan) y el que será su asesino, George Harvey (encarnado por un fenomenal Stanley Tucci), un tramo en el que se nos presenta con gran habilidad a Susie y a su familia, con una ágil economía narrativa que se hace patente, por ejemplo, en detalles como la facilidad con que se nos sugiere cómo la pasión matrimonial de los padres de Susie es fulminada por el tedio familiar con un par de planos: el primero recoge cómo ambos se besan en la cama mientras ella deja caer el libro de Albert Camus que estaba leyendo, en el segundo ella lee manuales de cuidado de niños y de cocina mientras el marido duerme profundamente. Lamentablemente, este lado más terrenal del relato parece no interesar lo suficiente al director, quien abandona el mundo real a las primeras de cambio en cuanto su protagonista es asesinada (con el agravante de la pérdida de interés que tendrá el relato una vez alcanzado este punto) y la narración se ve ahogada por empalagosos mundos virtuales, en consonancia con lo que, a mi juicio, suponía el principal (si no único) problema de la celebre adaptación de los libros de J. R. R. Tolkien, donde el tempo narrativo se estiraba hasta lo impensable con todo tipo de grandilocuentes divagaciones. Aquí, esa grandilocuencia es aún más empalagosa y desacertada, y sólo tiene sentido si la tomamos como un auto-homenaje de Jackson o como una excusa para poner imágenes a las no menos ampulosas partituras de Brian Eno.

'The Lovely Bones' - Peter Jackson - 2009 [ficha técnica]
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