domingo, 30 de septiembre de 2012

A Roma con amor

Uno de los experimentos narrativos más interesantes del cine reciente de Woody Allen, Melinda y Melinda, concluye con la tesis de que la comedia y el drama son dos aptitudes frente a la vida: que algo sea cómico o dramático sólo depende del punto de vista. Casi sin quererlo, Allen inauguraba allí la que probablemente sea su última etapa cinematográfica, en la cual el autor ha ido mezclando a partes iguales la comedia con el drama, si bien en este último género ha demostrado una mayor destreza, tal vez porque su actitud ante la vida carezca a estas alturas del optimismo necesario para las situaciones cómicas. En mi opinión, desde entonces el director sólo ha resultado fascinante en sus incursiones dramáticas (véanse la totalidad de Match Point, algunos pasajes de Cassandra's dream y la devastadora mitad dramática de Conocerás al hombre de tus sueños), mientras que su carrera como autor de comedias ha vivido momentos bastante desafortunados (tanto en Scoop y Vicky Cristina Barcelona como en las sobrevaloradas Si la cosa funciona y Midnight in Paris). En esta línea, A Roma con amor no es sino otra comedia de escasa inspiración en su concepción, sin ser poco más que una recopilación de los tics del cineasta entrelazada con los topicazos de la ciudad eterna y sus habitantes, aparte de poco trabajada en su puesta en escena. Y es que Allen ofrece aquí los que probablemente sean los peores detalles de su filmografía, como son la interpretación (es un decir) de alguno de los invitados que escoge para su elenco (mencionar aquí que es una lástima que Allen no haya contado entre los autóctonos con Nanni Moretti, su más claro equivalente europeo), o esas chirriantes salidas de foco que delatan que ni siquiera la destreza de un profesional de la fotografía como Darius Khondji puede corregir la desgana con la que el neoyorquino rueda algunos momentos.

Por otro lado, el director, junto a su ya habitual montadora Alisa Lepselter, decide montar la película como film de historias cruzadas en lugar de cerrar cada episodio secuencialmente, lo cual hubiera permitido destacar algún fragmento, como la historia protagonizada por el propio director que concluye con los hilarantes números de ópera bajo la ducha (!), cuyas virtudes quedan diluidas entre la pobreza del conjunto. Con todo, esto ofrece una idea de Allen que, al menos, permite utilizar el film en defensa de la libertad narrativa, y es que hablamos de segmentos no coincidentes en el tiempo, incluso de diferente duración real (algunos deben de durar meses, mientras otros transcurren en unas pocas horas), que una vez superpuestos no suponen problema alguno a la hora de seguir cada uno por separado. En ese sentido, resulta también muy interesante el personaje de John, no por el personaje en sí (ni mucho menos por la interpretación de un acartonado Alec Baldwin) sino por la manera en la que éste se presenta como alguien real, pero al poco rato se transforma, sin que nos demos cuenta, en algo así como la conciencia de uno de los muchos alter-egos del director, el joven Jack (Jesse Eisenberg), para terminar dialogando abiertamente con las compañeras de éste, cuestionando sobre todo el carácter superficial de la peligrosa Monica (Ellen Page) quien, por otro lado, es la típica joven atractiva y neurótica del cine del director. Por ello, John no es sólo la conciencia de los personajes, es la voz de los espectadores de Allen, cuestionando la originalidad de su propio cine.

To Rome with Love - Woody Allen - 2012 [ficha técnica]
... leer más