lunes, 17 de diciembre de 2012

De óxido y hueso

Después de ver aquel prodigio de narración cinematográfica que fue Un profeta, durante el repaso de la filmografía anterior de Jacques Audiard descubrí títulos menos logrados, pero que confirmaban al cineasta francés como un autor especializado en la inexplorable sensibilidad de sus protagonistas masculinos, una faceta que en parte sigue desarrollando en un film como De óxido y hueso, donde el director carece de la perfección como realizador desarrollado en su anterior película, volviendo a la irregularidad de sus trabajos previos, en parte porque aquí el guion escrito de nuevo entre él y Thomas Bidegain no adapta una única historia, sino ocho cuentos incluidos en el libro Rust and bone del canadiense Craig Davidson, si bien lo que le interesa a los guionistas no es tanto seguir al pie de la letra una serie de hilos argumentales determinados, sino llevar al cine la mirada de Richardson (cuya transgresión se compara con la de Chuck Palahniuk), y para ello establecen una personal mezcla de ideas extraídas de su libro. El resultado es un relato al que le sobran algunos elementos (corre incluso el peligro de dar demasiada importancia a un apunte sobre la crisis laboral que poco tiene que ver con lo que nos cuenta el grueso del relato), pero en el que resultan fascinantes, al menos, dos tramas que se desarrollan en paralelo: ni más ni menos que el proceso de transformación interna de sus protagonistas Alain y Stéphanie, interpretados de manera visceral por Matthias Schoenaerts y Marion Cotillard, respectivamente.

Alain es un animal en sentido peyorativo, pero también en sentido literal. Ignora y maltrata gravemente a su hijo Sam (Armand Verdure), al tiempo que desprecia la vida de los que le rodean, a los cuales amarga la existencia, si bien todo ello es inconsciente, al ser Alain un producto en bruto de la naturaleza, aficionado a dar palizas a otros varones de su especie y a tener sexo con las mujeres que encuentra a su paso. No por casualidad, el personaje no se muestra directamente misántropo, pero sí odia a los otros animales, despreciando a los perros con los juega su hijo o que sus compañeros llevan a su trabajo como vigilante nocturno, como si quisiera imponer su ley sobre los seres en estado salvaje pero no le preocupara la presencia de individuos civilizados. La impecable realización de Audiard cuando acompaña a Alain es fundamental para entender su punto de vista: por poner dos ejemplos, por un lado los juegos de Sam correteando cerca de su padre, o quedando desconcertado por el comportamiento de éste, son a menudo filmados como si el pequeño fuera un espectro, difícil de captar por la cámara, que a veces se dirige a su sombra, y no una persona real a la cual hay que prestar atención o a la que hay que cuidar; por otro lado, el personaje tiene unas condiciones envidiables para procurarse apareamiento, como muestra la secuencia del gimnasio, cuando dirige su mirada selectiva a una clase de aeróbic compuesta sólo de chicas, y un par de planos más tarde está penetrando a la monitora (acaso la hembra destacada del grupo), olvidando con esto recoger a su hijo del colegio. La transformación del personaje consiste en ir adquiriendo calidad como persona, no tanto por su extraña relación, entre la caridad y el divertimento, con la desvalida Stéphanie, sino cuando en un tramo final compuesto por una sucesión de hechos tal vez no demasiado bien integrados en el guión (pero que depara secuencias tan brillantes como la de Alain y Sam jugando en el hielo) aprenda a sentir cariño humano por su hijo, despertando un instinto paternal innecesario en la mayoría de especies animales, donde el macho no protege la perpetuidad de la especie cuidando a las crías sino copulando con más y más hembras...

Pero, si todo ello es de interés, en la evolución de Stéphanie es donde De óxido y hueso resulta especialmente notable. Al principio, la chica se nos presenta como una joven a la que le gusta salir de fiesta a bailar y provocar, metiéndose en alguna que otra bronca (Alain la conoce después de una pelea, donde la chica termina sangrando por la nariz y tirada en el suelo), se muestra firme rompiendo con su novio, no sin antes ridiculizarlo comparándolo con otro hombre físicamente más imponente que él, y finalmente se muestra altiva durante el show de animales marinos en el que trabaja (Audiard sabe captar perfectamente el espíritu hortera que tienen este tipo de espectáculos sin que esto contagie la seriedad de su propio film). El accidente en el que la protagonista perderá ambas piernas supondrá para una joven dinámica como Stéphanie sumirse en una profunda depresión, de la cual saldrá con el apoyo inconsciente de Alain, quien despierta en la joven un nuevo tipo de atracción hacia un hombre, un hecho que Audiard llega incluso a equiparar sutilmente a la fascinación que la joven siente por las orcas a las que domina en sus números: en definitiva, casi al mismo tiempo que Alain encuentra su redención humanizándose, Stéphanie supera su crisis descubriéndose a sí misma como animal sexual. Nunca antes Audiard había afrontado de esta manera la feminidad en su cine, no haciéndolo desde un punto de vista clásico, ni pasando los hechos por un filtro feminista-liberal al uso, sino con una arriesgada contraposición del papel de la mujer en el mundo moderno y sus más bajos instintos sociales.

De rouille et d'os - Jacques Audiard - 2012 [ficha técnica]
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