martes, 22 de diciembre de 2009

Donde viven los monstruos

La popularidad que obtuvo el director de videoclips Spike Jonze a raíz de su colaboración con el guionista Charlie Kaufman en sus dos primeros largometrajes para el cine (Cómo ser John Malkovich y El ladrón de orquídeas) se volvió en contra del primero en el momento en el que quedó patente que aquellas colaboraciones no nos descubrieron a un cineasta sino a un guionista. Es ésta una lección que muchos estudiosos del cine parecen haber aprendido, como demuestra el hecho de que casi nadie restó mérito a Charlie Kaufman a la hora de hablar de ¡Olvídate de mí! como una de las mejores películas americanas de los últimos años. Esto parece haber pasado factura al caché de Spike Jonze ya que, una vez desvinculado de Kaufman, el director ha necesitado siete años para estrenar su siguiente largometraje, buena parte de los cuales ha estado completamente apartado del cine debido a una mala relación con la Universal que concluyó con su contrato para Warner, compañía que, una vez finalizado el rodaje, obligó al director a repetir casi todo su trabajo por no parecerle el resultado final lo suficientemente apto para el consumo familiar.

En este arduo camino,
Spike Jonze ha dado un notable giro a su propia política de autor, buscando una fuente de inspiración en Maurice Sendak, un escritor a todas luces opuesto a Charlie Kaufman: en las antípodas del barroquismo habitual en el celebérrimo guionista neoyorkino, el relato infantil de Sendak Where the wild things are apenas ocupa cuarenta páginas ilustradas, lo cual, contra todo pronóstico, no supone un impedimento para la labor de Jonze. Al contrario, Donde viven los monstruos posee una de las cualidades más admirables de una obra cinematográfica, y es la de acercarse con honestidad y respeto hacia el material adaptado, sin juzgar la aparente ingenuidad de éste. Jonze afronta el relato, en primer lugar, no renunciando a su habitual estilo, algo especialmente latente en los primeros minutos cuando Max (Max Records) nos es presentado describiendo los problemas de adaptación que el niño tiene en su casa, en la calle y en la escuela, utilizando un montaje algo frenético y un apoyo sistemático en canciones pop que hace que, hasta aquí, parezca que estemos ante una obra heredera del Free Cinema británico, tal y como lo entendieron hace no mucho directores como Ken Loach, Mike Leigh o Stephen Frears. Ello supone un aliciente en el momento en el que el protagonista huye de este escenario de una manera inverosimil (atravesando un vasto océano en solitario y a bordo de una pequeña embarcación) y la fantasía irrumpe en el relato sin que el director cambie un ápice el estilo visual.

El tratamiento que Jonze hace de los fantásticos seres que Max encuentra en la isla es tremendamente humano como consecuencia de este estilo, pero también porque el director se mantiene fiel en todo momento al punto de vista del pequeño, alguien que descubre a los monstruos con fascinación pero sin escepticismo. Así, Max va encontrando paralelismos entre las relaciones que dificultan la vida en sociedad de estas criaturas y las que hacen que él mismo se enfrente a su familia y amigos, siendo el escenario donde viven los monstruos un lugar donde el hecho de que no haya personas no impide a Jonze llevar a cabo un sobresaliente tratado de humanismo y psicología, describiendo las costumbres de sus personajes desde incontables ángulos sociales e individuales, fruto del cual destacan caracteres como Carol (James Gandolfini), un monstruo de una prodigiosa evolución psicológica cuyas emociones estallan al final. Al igual que hicieran hace poco Pete Docter y Bob Peterson con Up, Spike Jonze nos recuerda en Donde viven los monstruos cuál es la verdadera virtud del cine: despertar sentientos reales a partir de imágenes artificiales.

'Where the Wild Things Are' - Spike Jonze - 2009 [ficha técnica]

2 comentarios:

  1. Donde viven los monstruos es una sorpresa. Va a ser verdad que no es sólo para niños, o casi mejor decir que no está orientada a niños principalmente.

    La película es una delicia desde el punto de vista de un adulto. Max sueña que se rodea de monstruos que juegan con él, con quien puede ser desobediente y salvaje si lo desea, que sí le hacen caso, a diferencia de los mayores en su casa, y que le hacen sentirse querido. Sin embargo, no son monstruos sino niños los que rodean a Max: el sensiblero, el colega, el temeroso, el alelado, la mandona, la comprensiva y el desplazado, es decir, muchos estereotipos de niños (y adultos) que podemos encontrar en cualquier lugar. En este grupo, Max se siente bien cuando las cosas están bien, pero también estallan peleas y celos que sólo tienen sentido en el mundo de los niños, y que es un mundo en el que a menudo estamos todos.

    Max es un rey que sólo sirve para los otros si el juego es divertido, y que hay que desbancar si llega el aburrimiento, el cual con este prisma puede transformarse en enfado con mucha facilidad. Sin embargo, tanto con Max como entre los demás siempre hay vía para la reconciliación, puesto que al fin y al cabo son sólo niños.

    Esta película destaca la importancia de los juegos y la atención que se da a los menores, que viven en su propio mundo y no tienen por qué comprender los problemas de sus padres. Me ha parecido una genial película (aunque no he leído el cuento), que aporta una visión interesante de un mundo donde estábamos hace poco y siempre podemos visitar y quedarnos un poco más. Una mezcla entre Don Pimpón y Peter Pan.

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  2. Por cierto, el momento de las dunas (que dice Carol que van creciendo) me recordó a "la nada" que lo devoraba todo de la Historia interminable...

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