martes, 13 de octubre de 2009

Ponyo en el acantilado

Cuando los niños pequeños se expresan plásticamente mediante dibujos no tratan de ser fieles a la naturaleza de las cosas, al contrario, buscan plasmar el valor que objetos, animales y personas tienen para ellos. En ese sentido, un dibujo infantil es uno de los ejemplos más universales del arte, ya que los niños se sirven de sus obras para dar su visión del mundo, utilizándolas como significante. Por ello no es una buena idea corregir el dibujo de un niño sugiriendo que imite las formas tal y como el adulto la conoce. Es significativo que los temarios que estudian los opositores a educador infantil expongan que sugerir al niño que "el sol es redondo" es un error común en la intervención de la educación plástica; al contrario, se invita a los educadores a que dejen que el niño interprete el sol a su manera, representando libremente su forma, sus colores y su ubicación en el plano. Pero, en la práctica, la sociedad actúa justo al revés, dando al niño plantillas de personajes televisivos o cinematográficos para que las coloree, o invitándole a que copie esos mismos personajes cuando quiere dibujar un perro, un ratón o un elefante. Así, el hecho de que casi todas las películas de animación sean habitualmente clones de los modelos definidos por Disney es una consecuencia a gran escala de la estandarización educativa, con la que se persigue reforzar la conducta práctica de los ciudadanos para que no desencajen en el orden social establecido. Sin embargo, muchos entendidos sostienen que si en las escuelas se potenciara la creatividad en lugar de la lógica, la sociedad no estaría formada por anárquicos soñadores, sino por mentes despiertas que abrirían nuevas vías a la búsqueda de soluciones a los problemas de la humanidad, sería una sociedad que avanzaría con pasos de gigante.

Por ello es tan importante la existencia en el mundo del arte en general, y del cine en particular, de creadores como Hayao Miyazaki, artifices de cine para niños de todas las edades, que seguramente hayan sufrido esta corrección plástica en su infancia pero han sido capaces de desandar el camino recto para hablarnos del mundo de una manera infantil, en el mejor sentido. Confieso que, si bien disfruté del pase de Ponyo en el acantilado sin bostezar, no me entusiasmó especialmente ni fui capaz de encontrar ningún mensaje trascendente entre sus imágenes, tal vez debido a que mi educación está demasiado contaminada como para disfrutar plenamente de la rabiosa inocencia que se desprende de sus imágenes, concebidas por un autor capacitado para usar el medio audiovisual con la deslumbrante ingenuidad de un niño. Y si en el argumento de Ponyo en el acantilado toman parte elementos tan adultos como la Explosión Cámbrica o el Código Morse debemos saberlo perdonar: se debe a que el niño que ha ingeniado esta historia tiene casi setenta años.

'Gake no ue no Ponyo' - Hayao Miyazaki - 2009 [ficha técnica]

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