sábado, 9 de mayo de 2009

Déjame entrar

Sin que ello este reñido con la innovación narrativa (cf. el archifamoso giro final de El sexto sentido), en las últimas dos décadas el cine fantástico en general, y de terror en particular, está sirviendo como excelente campo de estudio de la representación visual, un lugar común donde experimentar con las posibilidades del encuadre y el montaje. Lo mejor del asunto es que esta experimentación funciona tanto a niveles artísticos como desde un punto de vista comercial. Prueba de esto último es que la mayoría de las adaptaciones americanas que se vienen haciendo últimamente de taquilleras películas extranjeras no arriesgan un ápice, y calcan plano a plano su modelo original: compárense, por ejemplo, Funny Games (2008) con Funny Games (1995), Quarantine con REC o The Ring con Ringu.

Por el mismo motivo, el futuro remake de Déjame entrar en el que se encuentra implicado el norteamericano Matt Reeves es muy probable que no se diferencie significativamente de su predecesor.
El film que el sueco Tomas Alfredson ha realizado a partir de la novela homónima de su joven compatriota John Ajvide Lindqvist constituye otro estupendo ejemplo de relato de terror al servicio del lenguaje cinematográfico y viceversa. Alfredson llega a ello debatiéndose continuamente entre la ética narrativa y la fidelidad al subgénero de vámpiros, aunque ambas cosas se contradigan en los momentos menos acertados del film. El relato nos habla de la amistad entre el adolescente Oskar (Kåre Hedebrant) y una misteriosa vecina de su misma edad (al menos aparentemente), Eli (Lina Leandersson), y ello es contado manteniendo el punto de vista del chico, excepto en aquellos momentos en los que el género, como decimos, exige la representación de violencia y sangre. Así, cuando Oskar está en escena, sólo sabemos lo que él sabe, por ello Alfredson muestra una notable valentía al omitir detalles que son explicados en el libro pero que el protagonista ignora, por lo que el director decide que su audencia no debe conocerlos tampoco: pienso, sobre todo, en momentos como cuando Oskar observa perplejo a Eli desnudándose en su casa ¿qué significa aquello que ve en su cuerpo?. Sin embargo, esta ley del punto de vista se altera cuando se nos ofrece a Eli o a su padre atacando a sus víctimas: Oskar no conoce estos hechos y en muchos casos ni siquiera puede imaginarlos, luego ¿qué necesidad había de omitir detalles acerca del pasado de Eli y la relación con su padre?

En el caso de Déjame entrar, el excelente trabajo técnico de Alfredson y su equipo (en especial el poco conocido operador suizo Hoyte Van Hoytema) hace que se perdonen estas incongruencias. El film presume de un uso del tiempo y, sobre todo, de los escenarios, sobresaliente, aprovechando el frío físico del ambiente para adecuarlo al frío psicológico de lo que se está contando y, sobre todo, adecuando con gran destreza una puesta en escena hiperrealista a un relato de carácter fantástico: véase cómo Alfredson resuelve en un sólo plano y (casi) sin efectos especiales todas y cada una de las secuencias de terror que antes citábamos y, sobre todo, cómo hace avanzar dos puntos de vista incompatibles (el del protagonista y el omnisciente) hacia la secuencia final en la piscina, climático paradigma del lenguaje del director y uno de los momentos más memorables del cine de terror reciente.

'Låt den rätte komma in' - Tomas Alfredson - 2008 [ficha técnica]

2 comentarios:

  1. Veo que te ha gustado la escena de la piscina.

    En el libro Eli es un maromo, no??

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  2. La pregunta es, ¿qué es Eli en la película? ¿su única historia posible es la que se explica en el libro o puede haber otras?

    Saludos.

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