lunes, 15 de diciembre de 2014

Magia a la luz de la luna

El momento que da título a Magia a la luz de la luna tiene lugar en el ecuador del relato, cuando sus personajes protagonistas, Stanley (Colin Firth) y Sophie (Emma Stone), activan el mecanismo que abre la cúpula de un observatorio para visualizar un idílico e irreal cielo nocturno. Curiosamente, en una historia que gira en torno a la prestidigitación y lo sobrenatural, la magia que se desarrolla bajo esa luna del título no es otra que la que desencadena la atracción de Sophie hacia Stanley y, bajo riesgo de resultar excéntrico analizando un film de corte tan romántico e inocente, se diría que el momento es una metáfora casi freudiana de una incontenible atracción sexual femenina, no tanto por la obviedad de ese techo/vulva que se abre en dos, sino por la importancia que tiene el agua (el líquido) en el citado momento: los personajes llegan a la estancia empapados por la lluvia, y la escena sufre una abrupta y chocante transición, que es impensable que sea accidental en una película tan sencilla y tan rigurosamente planificada y montada, hacia otro momento en el que Sophie está ya directamente dentro del agua de una piscina, a través de la cual nada hacia el cuerpo apolíneo de su prometido, mucho más atractivo y adinerado que su enamorado, pero al que vemos, al contrario que aquél, completamente seco, como si no pudiera despertar la libido de la joven. Lo mágico, lo inexplicable, no es el espectáculo en el que Stanley hace desaparecer a un elefante, ni las dotes de médium que tiene Sophie, sino que la chica esté dispuesta a renunciar a una vida idílica a cambio de su amor por un tipo como Stanley, quien se presenta escéptico hasta lo irritable.

Más adelante, veremos un momento en el que él reza a un ser divino para que salve la vida de su tía, quien está siendo intervenida en una mesa de quirófano tras un grave accidente, escena que toma un estilo trascendental, con un entregado Colin Firth hablando con la mirada perdida en plano fijo... hasta que el actor rompe la capitalidad de la escena, cayendo en la cuenta del engaño, y recordándonos a los espectadores que todo lo que vemos en la pantalla (la magia, el relato y hasta el propio cine) es solo un juego. El espectador podrá entonces decidir que el relato de Magia a la luz de la luna es excesivamente sencillo y efímero, pero la película tiene una de las virtudes que más aprecio del arte narrativo en general y del cine en particular, y es el sacrificio total hacia el tema que se esté tratando, por sencillo o infantil que éste sea. En esto sobresale, a la altura del tratamiento de puesta en escena, realización y montaje, un inspiradísimo trabajo de Darius Khondji, sin duda uno de los directores de fotografía más importantes en activo. El uso que Khondji hace de los filtros cuando rueda en exteriores y con exceso de iluminación (con esas nada disimuladas aberraciones cromáticas producidas por la luz directa del sol, o esos enfoques imposibles en condiciones de luz extrema) para dar al conjunto una atmósfera de ensoñación, idílica, así como su tratamiento del color en general, recurriendo a gamas de ocre como principal matiz para su fotografía de época, hacen de su trabajo una de las principales virtudes de Magia a la luz de la luna. No recuerdo muchos films de Woody Allen en los que la labor de un técnico destacara tanto o más que el trabajo del cineasta.

Magic in the Moonlight - Woody Allen - 2014 [ficha técnica]

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