domingo, 24 de noviembre de 2013

Blue Jasmine

Blue Jasmine contiene al menos dos de las cualidades que más agrada encontrar en un trabajo narrativo bien llevado, y no sólo en una obra cinematográfica, sino en cualquier ejercicio mediante un medio de expresión que permita contar una historia. La primera de ellas es que su director, el infatigable Woody Allen, trata a su audiencia exigiendo una mínima capacidad de comprensión, e impulsa su manera de contar las cosas sin miedo a su público. Ya vimos que una de las escasas virtudes de su anterior trabajo, A Roma con amor, era su extraña manera de mezclar historias como si tuvieran lugar en paralelo, cuando se trataba de segmentos sin coincidencia en el tiempo y de duración muy heterogénea; Blue Jasmine también se construye mediante un cruce de situaciones de exposición controvertida, aunque aquí el riesgo no está en la idea, que no es más que la clásica contraposición entre una línea principal y una serie de flashbacks aclaratorios, sino en la ejecución del director y su montadora Alisa Lepselter, ya que el film se mueve de un plano temporal a otro de manera confusa, sin ofrecer un indicio significativo de que se producen estos saltos. Y es que, aun en sus últimos y fallidos trabajos, hablamos de un cineasta que está a vuelta de todo y no necesita regirse por estándares: bastarán unos minutos de metraje de Blue Jasmine para que su entregado público termine aprendiendo a diferenciar las épocas de sus protagonistas mediante sutiles cambios en la escenografía y los acompañantes.

La otra gran virtud narrativa del film es su respeto hacia el punto de vista. El narrador construye una historia fundamentada en lo que el personaje principal ve y conoce, y abandona esta visión únicamente para adoptar la primera persona en su hermana Ginger (Sally Hawkins), que ejerce de contrapunto social de Jasmine. Siguiendo esa premisa, a Allen le resulta inadmisible adentrarse en la vida oculta del marido de la protagonista, Hal (Alec Baldwin), y nunca tendremos una prueba visual de sus muchas infidelidades, excepto en el momento en que besa a la atractiva Raylene (Kathy Tong), pero sólo porque Ginger es testigo de la escena. La historia se mueve de esta manera situando en ambas mujeres un poderoso centro de atracción, y esto no hace más que potenciar la composición que ambas hacen de su personaje, si bien es Cate Blanchett quien destaca sobre cualquier integrante del elenco: el inseparable tándem que forman Cate y Jasmine, actriz y personaje, justifican el visionado de la que tal vez sea la primera película desde Match Point en la que vemos un trabajo de Allen casi redondo (salvo algún bache innecesario). Cate/Jasmine expone muchos de los lugares comunes en el cine reciente del director, como son los problemas de aceptación y ascenso social, las crisis neuróticas-afectivas, el vanidoso refinamiento de las clases acomodadas, o esa desubicada visión del que se siente extraño en un lugar supuestamente idílico (antes Londres, Barcelona, París o Roma, ahora San Francisco), y mezcla todo ello en una figura humana que es paradigmática de su tiempo, al encontrarse en decadencia tras el estallido de las crisis mundiales, estafada por un poder económico al que nunca denunció durante la época de bonanza. No es casualidad que el relato se cierre con un final desolador, pero también ambiguo y abierto: la cosa no pinta bien, pero nadie sabe cómo acabará todo esto.

Blue Jasmine - Woody Allen - 2013 [ficha técnica]

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