domingo, 8 de marzo de 2009

El caso Boyero

En el último número de la revista Dirigido por... encuentro una referencia a un tema del que yo no tenía noticia pero que ha dado bastante que hablar en los últimos meses y al que se ha terminado llamando "El caso Boyero" (al menos así es como lo hace Aurélien Le Genissel en su artículo Contra la Nouvelle Vague publicado en esta revista). La polémica comenzó en la Mostra de Venecia del año pasado, cuando el cronista del diario español El País cubrió el pase de Shirin, último trabajo del director persa Abbas Kiarostami, soltando las siguientes perlas:

Por un momento creí haberme equivocado de sala al constatar que sólo había media entrada para ver Shirin, la última película experimento o lo que diablos pretenda ser que ha dirigido el venerado Abbas Kiarostami, el artista iraní por cuya presencia suspiran ancestralmente los organizadores y el público de los festivales de cine. [...] Pero lo más doloroso estaba por llegar. Fue el incesante desfile de gente abandonando el cine en medio de la proyección. ¿A qué se debe la irreverencia de los eternos acólitos ante su sagrado gurú, hacia el autor de tanta propuesta radical en su cine como aseguran los cursis de vanguardia? Lo ignoro. Sólo puedo hablar de mi propia experiencia con un autor que casi siempre me ha aburrido mortalmente. [...] No me pregunten por el final. Yo también me largué a la mitad de este pretencioso e insoportable experimento. La vida es muy corta para desperdiciarla con tonterías disfrazadas de arte.

La reacción, por supuesto, no se hizo esperar. Dos semanas más tarde el director del mismo diario recibiría la siguiente carta abierta (publicada en la edición impresa de El País del día trece de septiembre) firmada por Miguel Marías, José Luis Guerín, Víctor Erice y Álvaro Arroba, más un centenar de profesionales relacionados con el cine:

Una vez más, EL PAÍS da cuenta del desarrollo de uno de los principales festivales cinematográficos desdeñando casi todo lo que en ellos se ofrece de innovador o arriesgado, y propagando la idea de que la mayor parte del llamado "cine de autor" que hoy se hace en el mundo carece de interés. En el caso de la reciente Mostra de Venecia, el cronista de turno, Carlos Boyero, imitándose a sí mismo -tratando de tarados, cursis, snobs, plastas y otras lindezas a cuantos cineastas y críticos puedan discrepar de sus opiniones-, además de reiterarnos día tras día su inmenso hastío, no ha tenido reparo alguno en pregonar su abandono de la proyección de la última película de Abbas Kiarostami. Una anécdota que pone en evidencia que su protagonista no sólo ha renunciado a la crítica, sino que ha faltado a su deber como informador, demostrando su falta de respeto hacia los lectores.

Pero hay más: ya puesto, el cronista advierte a los distribuidores españoles del mal que les acecha si se deciden a importar esta clase de películas, conminando a los exhibidores a no programarlas. Grave actitud, que se parece mucho a una censura previa, y que, de prosperar, privaría a los espectadores de ver y juzgar por sí mismos. Se trata de un asunto mayor, de estricta política cinematográfica, ante el cual lo esencial no es tanto el punto de vista del redactor como el del medio al cual representa.

En la difícil situación que en tantos aspectos atraviesa hoy el cine español -particularmente en el de la producción y difusión de las películas más interesantes que se vienen haciendo entre nosotros-, sería justo y necesario, para que sus lectores sepan a qué atenerse, conocer cuál es la verdadera actitud de EL PAÍS a este respecto. Aclarar si su postura coincide básicamente con la que se desprende de los textos de su cronista. Si el acuerdo de una u otra manera existiera, estaría algo más claro cuál es el sentido de su compromiso primero: apoyar de tarde en tarde, a modo de detalle redentor, algún asomo de diversidad para dedicarse sobre todo a sostener y publicitar la producción cinematográfica más acorde -salvo las excepciones de rigor- con el dictado mayoritario de los ejecutivos de televisión y los intereses de aquellos productores, distribuidores y exhibidores que determinan el destino de nuestro cine.


(La misiva completa puede leerse en el blog "El País" y el cine, creado expresamente para el caso.)

Hace poco veíamos en la ceremonia de los Goya cómo sus artífices lamentaban las crisis del cine español protestando por hechos como que una película como El caballero oscuro estuviera nominada a Mejor Película Europea, con el estúpido argumento de que la superproducción de Christopher Nolan no necesitaba el premio como empujón en la taquilla, una postura que se presenta radicalmente opuesta a la del crítico de El País. Por mi parte, yo me muestro en contra de los dos extremos. Y para explicar por qué, que mejor forma que la empleada por Tomás Fernández Valentí también en Dirigido por... (noviembre de 2006):

El enfrentamiento partidista entre izquierda(s) y derecha(s) en el terreno del cine se refleja en la separación cada vez más radical entre sectores de crítica y de público a la hora de preferir un "cine rico" o uno "cine pobre", hallándonos ante una feroz división entre quienes sólo van a ver la-superproducción-más-cara-jamás-rodada (con el contrapunto de la nariz arrugada del crítico que se ofende ante el cultivo popular de lo mediocre) y quienes no ya en masa, pero formando también un sector considerable, sólo van a ver la-película-más-pequeña-y-minoritaria-jamás-rodada (que suele recibir el parabién complacido del crítico que está prestando un servicio a la comunidad). Así no vamos a ninguna parte. Lo único que se consigue es que todos acabemos odiando el cine cada día un poco más.

1 comentario:

  1. Vi 50 insufribles minutos de la película y no pude más. Eso no es cine así como Frankestein no es ciencia.

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