sábado, 28 de julio de 2007

Fast food nation

Recuerdo cómo me llamó la atención la apabullante acogida que tuvieron hace un par de años las películas Million dollar baby y Mar adentro, cuyo discurso estuvo construído en ambos casos en torno a la eutanasia, es decir, el derecho a morir libremente o, lo que es lo mismo, "el derecho a no tener derechos". Lo llamativo entonces fue el debate que suscitó este problema gracias a estas películas, no parecía que en ellas importara su calidad o sus valores dramáticos (de los cuales no vamos a hablar ahora), sino su valentía a la hora de tratar este peliagudo asunto. Me pregunto si en nuestras sociedades no hay asuntos más peliagudos ante los que mostrarse valiente, es decir, ¿hemos llegado a tal nivel de bienestar que la única libertad que nos queda es la libertad para morir? Claro que no, contestarían aquellos autores que todavía encuentran aspectos mejorables en nuestras democracias, como Michael Moore, en cuyo último film crítica el sistema sanitario estadounidense, o Morgan Spurlock, quien en Super size me hacía lo propio con las franquicias de comida rápida. En realidad, este tipo de discursos son una trampa, no digo que la sanidad de un país democrático vaya bien, que la comida basura no sea tal o que la eutanasia no deba ser un derecho, sino que no podemos creernos que esto es lo único que falla en las sociedades (mal llamadas) del bienestar. Hasta creo que estos discursos deberían estar bien recibidos por los gobiernos, de hecho se les facilita una rápida y sana distribución, se les recibe con alfombras rojas y se les colma de premios, cosa que no ocurriría si estos "inquietos" cineastas dejaran de criticar las pequeñas imperfecciones de la democracia y la tomaran con la democracia misma.

Una auténtica visión inquieta podemos encontrarla, no obstante, en escritores como Eric Schlosser. En su ensayo Fast food nation empezaba con un discurso contra la basura en la comida para terminar aireando toda la basura social en general. Por fortuna, la intención del libro ha sido brillantemente ficcionada en la película homónima de Richard Linklater, alguien capaz de encarar proyectos de lo más comerciales y atreverse después con adaptaciones como A Scanner Darkly sin que el espíritu original de Phillip K. Dick se resienta lo más mínimo. Como a Schlosser, a Linklater los males de las dietas rápidas no le interesan tanto como los males de las sociedades rápidas: cualquier otro director hubiera alargado el relato del ejecutivo Don Anderson (Greg Kinnear), un personaje cuya historia sólo ocupa el primer tercio del metraje porque no es necesario prolongar su importancia más allá del momento en que descubre desencantado la dudosa calidad de la carne que ofrece su empresa. Para Linklater es más interesante el infierno que viven los inmigrantes que trabajan para esta empresa (quienes sueñan con pertenecer a algo que en el fondo es el mercado de la carne humana), o la total inutilidad de las luchas contra un sistema tan voraz (véase la escena en la que un grupo de jóvenes revolucionarios, para llamar la atención acerca de su causa, intenta en vano liberar el ganado). Con todo, el viaje iniciático de Anderson cumple una función didáctica para los espectadores que asimilan el desencanto progresivo del personaje, a medida que conoce a otros personajes interpretados por Kris Kristofferson o Bruce Willis (algo que culmina en el momento en el que la empleada de un hotel se despide de él como un robot), y en sí mismo constituye una pieza escencial sobre la cual se edifica lo que vendrá después: cuando le preguntan si ha visitado el matadero y le describen sus desagradables características no se habla en realidad de la podredumbre de ese lugar, sino que se presagia una de las secuencias finales, donde la joven Sylvia (Catalina Sandino Moreno) se resigna a trabajar en ese matadero viviendo el menos feliz de los finales, después de haber sido estafada y utilizada sexualmente, sin escapatoria en un sistema del cual es víctima.

El discurso de Fast food nation también da una lección de cine si la comparamos con trabajos recientes como Babel (un título que siempre se tiene en mente mientras se disfruta de la última de Linklater), donde se vendía una ideología indefinida, una suerte de placebo para intelectualoides donde, entre inacabables secuencias, los personajes no paraban de sufrir no se sabe muy bien el qué. Ello a pesar de que en un film coral como Fast food nation pocos de los relatos que se nos presentan llegan a estar lo suficientemente rematados. La lección está en que Linklater eleva el interés de su propuesta gracias a un montaje que consigue dotar al conjunto de ironía y crueldad, buscando siempre ritmos que hagan dialogar a las diferentes partes, a la vez que inserta elementos perturbadores (sobre todo en los primeros compases) para crear una atmósfera malsana, imágenes como la del empleado de la empresa de carne con una mano amputada, la policía utilizando escáneres en los pasillos de un instituto, el dependiente que escupe en la hamburguesa antes de servirla o el traficante de personas que amenaza a sus pasajeros en cuanto llegan a su destino. Éste último, cierra uno de los planos finales del film dando unas hamburguesas a unos niños mientras les da la bienvenida "a los Estados Unidos". Y aquí es donde encontramos la mayor fisura en el discurso del film (y del libro), donde se nos aclara que el problema se limita a Estados Unidos. ¿Por qué no gritar que el resto de potencias se están creando a imagen y semejanza del gigante americano? Porque así la película puede ser rentable en otras partes del mundo: en Europa podemos ver Fast food nation e irnos a la cama tranquilos pensando lo malos que son los yankees.

'Fast Food Nation' - Richard Linklater - 2006 [ficha técnica]

2 comentarios:

  1. a mi me ha parecido grandiosa (ahora me estoy leyendo el libro), definitivamente linklater se ha alzado a lo mas alto del cine americano, tambien he visto sicko y tambien es escalofriante pero al estilo moore, un poco showman y payasete , lo que le hace perder seriedad critica aunque tenga buenas intenciones, esta por el contrario es mas redonda e incisiva.
    no estoy deacuerdo contigo en que el punto debil sea el final, se refiere a un caso concreto (USA) pero yo creo que la critica es universal, desgraciadamente este tipo de cine (cine politico, llamemoslo asi)no le interesa a la gran mayoria de consumidores de palomitas, los que vamos a verlas sabemos a lo que vamos y no tenemos una venda en los ojos sobre la politica globalizadora actual, no creo que nadie se acueste tranquilo viendo este film, deberia ser de vision obligada.
    aqui en cordoba ni siquiera la han estrenado, a la gente le importa mas con quien se acuesta el novio de.., que lo que esta pasando en el mundo.
    como tu bien dices estamos copiando en todo el mundo el tipo de sociedad americana y eso si que me da miedo por las noches.

    viva el cine denuncia!!!!

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  2. Películas como C.S.A. o las de Michael Moore atacan directamente a los Estados Unidos, pero hay otras en las que no tiene por qué ser así. Capturing the Friedmans era un documental sobre una familia media judía que, entre otras cosas, era satanizada por los medios de comunicación cuando le descubrieron prácticas pederastras ¿Acaso no se les hubiera tratado igual si vivieran en España? ¿acaso en Europa no hay pederastras? Pues bien, el cartel de la peli que colgaron en las salas de Madrid mostraba una horca hecha con una bandera de los Estados Unidos (?).

    El año pasado la gente salía sonriente de la tramposa Little Miss Sunshine porque "criticaba a un país que castiga a los perdedores", como si en el resto de países occidentales ser un triunfador no fuera lo más importante en la vida, por encima de tener una buena educación o un mínimo de cultura (y en España tenemos claros ejemplos en tonadilleras y poceros).

    Ahora en Fast food nation resulta que los únicos que comen hamburguesas y trafican con inmigrantes son los americanos. En fin, que estas cosas, contadas así, gustan mucho en Europa. Tan criticable es el que no se da cuenta de la globalización como el que cree que los culpables de la globalización son los demás.

    Un saludo.

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