lunes, 12 de mayo de 2008

Love and honor

El septuagenario realizador japonés Yôji Yamada se ha encargado de realizar en los últimos años tres de las cuatro novelas de su compatriota Shuuhei Fujisawa (1927-1997) que, por el momento, han sido llevadas al cine (la cuarta es Semishigure, dirigida por Mitsuo Kurotsuchi y no estrenada en España). Pese a la avanzada edad de Yamada y a su amplio currículum como autor cinematográfico (escritor de más de cien guiones y director de más de setenta películas, sólo cinco de ellas a partir de un guión ajeno) no ha sido hasta ahora cuando la prensa cinematográfica ha demostrado un especial interés por él , lo cual es lógico si se tiene en cuenta que ha dedicado la mayor parte de tan extensa carrera artística a completar una especie de cine-serie sobre el personaje japonés Tora-san: Yamada ha escrito el guión de los cuarenta y ocho largometrajes (!) dedicados a esta saga y ha dirigido casi todos ellos (excepto los capítulos tres y cuatro), lo que hacen de su cinematografía algo tan monótono como inabarcable para cualquier entendido en la materia. Ahora, en su trilogía sobre la obra de Fujisawa, Yamada utiliza elementos (desde el material de partida hasta la forma de llevarlo a la práctica) que dan al resultado final un fuerte aire de atemporalidad, lo que nos lleva a suponer que pudo haber querido realizar este tipo de películas mientras se dedicaba a otros menesteres. El estilo de Love and honor, como el de El ocaso del samurai y La espada oculta, mantiene la elegancia del teatro japonés clásico pero, sin embargo, no prescinde de una manera de entender el punto de vista que es, ante todo, muy cinematográfica. Por ejemplo, centrándonos en Love and honor, vemos que el realizador japonés compone en profundidad muchas de las escenas (especialmente al principio), desarrollando siempre en paralelo una acción secundaria, es decir, que conviven una manera de entender la puesta en escena eminentemente cinematográfica con un conjunto de elementos plásticos (atrezzo, maquillaje y vestuario) completamente teatrales. No debemos entender, por otro lado, esta teatralidad como una representación gratuita del exotismo oriental para uso y disfrute en circuitos occidentales, tentación en la que alguna que otra vez han caído directores como Hirokazu Koreeda, Takeshi Kitano o Kim Ki-duk. Al contrario, la plasticidad de cartón piedra de Love and honor es una forma límite de entender la representación cinematográfica, en la que no nos hubiera chocado encontrar la radicalidad de Louis Malle en Vania en la calle 42 o de Lars von Trier en Dogville.

En los relatos de Fujisawa vistos por Yamada solo podemos encontrar un aspecto negativo, y es que su atemporalidad reniega de cualquier aplicación a los tiempos que corren, asumiendo el riesgo de no extraer en ellos ninguna lectura interesante, aunque es precisamente esto lo que hace que su formalismo suponga un estilo opuesto al de cualquier corriente artística contemporánea, y ello es, ante todo, un atractivo. Las historias de la trilogía son casi siempre una fábula sobre la superación individual que concluyen con una moraleja cercana a lo infantil, donde el protagonista termina defendiendo el honor de los débiles y derrotando a los poderosos. Tal manera de ver las cosas supondría un problema de peso si Yamada no se tomara tan en serio dicho material, sin importarle la ingenuidad de sus propuestas. El realizador no desperdicia ninguna de las posibilidades que, por otro lado, tienen los relatos. Para empezar, en Love and honor logra mantener un ritmo constante, que no decae en las secuencias de diálogo, pero que tampoco acelera en momentos de mayor acción, como el duelo final entre el desvalido Shinnojo Mimura (Takuya Kimura) y el déspota Toya Shimada (Mitsugoro Bando), impregnando con ello un tono meláncolico que también se refleja en cada situación individual, dando fe de la tristes condiciones en las que viven los personajes. Lo mejor es la elegante forma con la que el director resuelve tales situaciones, sin alargarlas lo más mínimo ni recurrir a innecesarios excesos. Véase el momento en el que el sustituto de Sakunosuke Higuchi (Nenji Kobayashi) impone su autoridad ante los samuráis de los que se hace cargo dando un sólo grito, ante lo cual sus subordinados quedan inmovilizados, privándolos así de la libertad de la que gozaban con su antecesor (quien se ha suicidado para expiar las culpas por el accidente en el que Shinnojo se queda ciego), o cuando Shinnojo acude con su antiguo compañero ante el señor feudal al que ambos servían y por el que el primero ha estado a punto de perder la vida, momento en el que, tras permanecer de rodillas y atacados por un enjambre de insectos durante un buen rato, el jefe del clan se limita a detener un instante su paso y pronunciar una brevísima frase de agradecimiento. Yamada es, por ello, uno de los más dignos herederos del cine japonés clásico, sin que ello signifique que la labor del resto sea menos interesante, aunque sí que pocos directores como él saben utilizar las formas tradicionales de sus antecesores para lo que fueron concebidas, y no como mera moneda de cambio en festivales europeos.

'Bushi no ichibun' - Yôji Yamada - 2006 [ficha técnica]

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domingo, 11 de mayo de 2008

300

Olvidada la polémica que muchos levantaron a propósito de sus retorcidas lecturas ideológicas, 300 nos parece ahora (recuperada en DVD) políticamente hablando, todo lo contrario de lo que se dijo en el momento de su pase en cines (aunque la situación bélica mundial no haya cambiado casi nada desde hace varios años). Allí se dijo que el film hacía apología del ataque a los persas, un pueblo que ocupaba geográficamente lo que ahora es Irán y, por lo tanto, la película quería convencernos de las ventajas que para Estados Unidos tendrían sus planes de derrocar al líder Mahmud Ahmadineyad, una vez hecho lo propio con Saddam Husein. No creo que el público de los multicines viera nada político en 300 pero, si lo llegara a hacer, hubiera leído algo bien diferente, ya que los persas del film constituyen una gigantesca potencia con planes imperialistas, gobernados por un líder que tiene muy presente la religión y que cree que el demonio está en los otros, que negocia con los oprimidos a los que promete parte del pastel antes de utilizar la violencia, a cambio de que éstos formen parte de su imperio por las buenas, algo que no se parece tanto a Irán como a Estados Unidos. De hecho, la resistencia de los espartanos, que se lo ponen muy difícil a sus enemigos siendo un grupo mucho más reducido e inferior a priori, también es poco más o menos lo que iraquíes o vietnamitas han hecho con las tropas norteamericanas. Más aún, la dudosa moralidad del film, donde "los buenos" sacrifican a los bebés que presenten alguna malformación mientras que entre "los malos" cualquier ser humano, sean cual sea sus limitaciones, puede tener éxito, se parece mucho a las ideas sobre fundamentalismo y democracia que se atribuyen, no siempre acertadamente, a islamistas por un lado y a occidentales por otro. A veces tenemos suerte de que, como decimos, el público no se complique tanto las cosas, a saber lo que se hubiera dicho de la trilogía de El señor de los anillos (un modelo que 300 se toma muy en serio), una aventura en la que los sublevados atacan "las dos torres" (!) de sus malvados opresores…

En lo cinematográfico, no hay mucho interesante que decir. 300 adapta lo que antes se llamaba tebeo, después comic y ahora novela gráfica, un medio con el que no estoy muy familiarizado, por lo que sólo puedo imaginármelo a través de películas como 300, y debe ser algo así como una sucesión de viñetas de enorme calidad plástica que representan imágenes que no significan absolutamente nada, razón por la cual el dibujante añade un largo texto a pie de imagen. Porque así está rodada 300, vendida como el no va más audiovisual para no hacer un uso digno del lenguaje cinematográfico en casi ningún momento, teniendo que recurrir una y otra vez a lo que los personajes dicen o lo que una voz nos aclara para que nos enteremos de qué va el asunto. La primera escena de batalla (donde los protagonistas esperan a sus rivales en un paso muy estrecho, y utilizan una táctica con la que van, poco a poco, aniquilándolos a todos) es uno de pocos ejemplos realmente cinematográficos del producto, el resto está realizado sin la menor inquietud visual. Puede que la escena más paradigmática sea aquella en la que Leónidas (Gerard Butler) explica sus planes militares dibujando figuras en la arena: entendemos perfectamente lo que el personaje nos dice, pero lo que escribe en la arena son jeroglíficos incomprensibles y, sobre todo, prescindibles. Así lo son todo el rato las imágenes, a no ser que su cometido sea levantar los bajos instintos del espectador, el problema es que quedan huérfanas cuando una voz en off no nos dice nada de ellas, véase la escasa significación de la joven bailando semidesnuda para el oráculo, o la saturación de escenas de violencia y el obsesivo uso del slow motion. Por no hablar del exceso de pudor y la falta de atrevimiento (y en esto intuyo que el original de Frank Miller debe de ser mucho más directo) allí donde más falta hace, como cuando Ephialtes (Andrew Tiernan) es atraído por Xerxes (Rodrigo Santero) para formar parte de su ejército, tentado por mujeres de caracterización bizarra participando en una orgía, un momento que pide a gritos secuencias de sexo mucho más explícitas que las que usan los artífices de 300. A diferencia de otros cineastas más atrevidos (incluso dentro del cine comercial), éstos no han superado la etapa del cine comercial de los ochenta, cuando estaba prohibido mostrar más allá del pecho en las mujeres o el culo en los hombres, mientras que no había límite en la sangre que salpicaba la pantalla.

'300' - Zack Snyder - 2006 [ficha técnica]
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