sábado, 28 de abril de 2007

La vida de los otros

Hace unos meses me lamentaba de la falta de personalidad de la última filmación holandesa de Paul Verhoeven, El libro negro, donde el sello de su director se hallaba presente, pero sólo en pequeñas dosis y en medio de un título concebido ante todo como un "producto". La vida de los otros también es un ejemplo de la homegeneización del cine que está eclipsando las señas de identidad de estilos otrora interesantes, y no lo digo porque en este film la personalidad de Florian Henckel von Donnersmarck no esté presente, ya que es un completo desconocido para mí, sino por la forma en la que el film ha sido rodado, y por las inquietudes y tópicos que en su trama se desarrollan, que vetan las múltiples posibilidades que la cinta poseía en cuanto película europea. En la raíz de la misma hay ideas que remiten a una concepción del cine nada alimenticia, véase el personaje de Christa-Maria (Martina Gedeck) y sus inquietudes para con la causa artística (si debe o no ofrecer su cuerpo para salvar al artista, si debe pagar con la propia vida su traición a éste), o el malvado Hauptmann (Ulrich Mühe) y su proceso de humanización. Pero la cosa no queda ahí, como hubiera hecho el cine europeo de otros tiempos, sino que todo se resuelve "a la americana", en forma de thriller de espionaje con un malo que se hace bueno, y con un bueno que al final descubre la trama (menudo tostón de secuencias aquellas en las que a los personajes se les explica lo que los espectadores ya sabíamos) y devuelve el favor sutílmente en un epílogo realmente hermoso.

Reconozcamos que todo ello se deja ver con inteligencia y complace al gran público, lo cual no es poco. El film, por lo tanto, sale airoso de un análisis cualitativo (no hay más que ver que está a la cabeza de los temibles paneles de crítica), pero preocupa cada vez más el hecho de que haya un cine mainstream cuyo estilo está acabando con todas las alternativas posibles de hacer cine, y que sea necesario buscar en países cada vez más lejanos a creadores que saquen al lenguaje cinematográfico de su estandarización. Y también (y esto puede que sea lo más grave) que esté claudicando también en Europa ese cine como el de Michael Haneke que no riñe la calidad con el debate social, ¿por qué venir ahora a llorar las tragedias de la Alemania del muro? ¿acaso el estado occidental actual es un lugar completamente libre y sin nada que lamentar? Compárese una de las secuencias finales de La vida de los otros con el desenlace de La conversación, película rodada por Francis Ford Coppola en un momento en el que muchos directores americanos no se cortaban en polemizar sobre la realidad. Allí, Gene Hackman destrozaba su apartamento buscando en vano los instrumentos mediante los cuales estaba siendo espiado, mientras que al protagonista de La vida de los otros le basta tirar de un pequeño cable junto a un interruptor para descubrir que su estancia estaba llena de micrófonos. Coppola era directo, describía así la aptitud de unos tiempos paranoicos en los que cabía sospechar de todo y no siempre se hallaban explicaciones para hechos terribles, mientras que Henckel, sin quererlo, remite a algo no menos aterrador: la despreocupada vida del ciudadano de la sociedad del bienestar, que se desenvuelve feliz sin saber que sus pensamientos, sus actos y hasta su vida sentimental está siendo controlada.

'Das Leben der Anderen' - Florian Henckel von Donnersmarck - 2006 [ficha técnica]
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miércoles, 18 de abril de 2007

El buen pastor

Quedaba bien reconocer en Una historia del Bronx, debut como director de Robert De Niro, la influencia que sobre éste y el guionista de aquel film, el también actor Chazz Palminteri, había ejercido el supuestamente admirado por ambos Martin Scorsese. Aquello debió de ser puro marketing: sin duda, la productora consideró más acertado para el lanzamiento como realizador del mítico actor un guión desarrollado en el mundo de los gangsters italoamericanos, y una narrativa lineal adornada con coloquiales voces en off, en definitiva, los clichés con los que su público se sentiría más confortable, por ser maneras en las que habitualmente solía desenvolverse como actor (y no sólo con Scorsese). Si esto no es así, imagino que Robert De Niro estará enormemente decepcionado con su segundo film como director, trece años después, El buen pastor, un trabajo con un estilo completamente opuesto a aquel pero, sobre todo, notablemente distinto en términos de producción, especialmente si atendemos a una parafernalia mucho más ambiciosa o a pequeños detalles como su título, sospechosamente parecido al film que otra productora nos ofreció hace poco, El buen alemán, y que también se detiene en las relaciones entre americanos y soviéticos a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, De Niro ha pasado de rendir tributo a las ideas que se llevaban en el tipo de cine en el cual participaba hace una década (como decimos, las historias violentas, la disección hiperrealista Scorsesiana, la producción de bajo coste), a inclinarse radicalmente por todos los vicios cinematográficos del cine reciente, desde la obligatoria "impecable factura técnica", hasta los misterios de la trama que se van desvelando progresivamente en forma de sorpresas (por ejemplo, qué escribió el padre del protagonista en una nota antes de suicidarse, o qué es el objeto misterioso que hay sobre la mesita de una imagen en blanco y negro granulado), todo ello servido en un montaje de secuencias caprichosamente desordenadas, aunque a diferencia de otros títulos recientes, el film de De Niro no corre excesivos riesgos en ese sentido, e inserta unos subtítulos explicativos del momento y el lugar en el que suceden los hechos.

El buen pastor, por tanto, es de nuevo un film contaminado por influencias impuestas (o no) a su director, lo cual hace que su balance sea negativo. Fijémonos en la intervención de Francis Ford Coppola como productor, pues puede que sea esa la causa del excesivo uso del montaje en paralelo en el film, que lo mismo sirve al montador para dramatizar un momento tan terrible como el asesinato a una chica que es arrojada a sangre fría desde un avión, contrastado con la imagen de su prometido conociendo la noticia en la misma puerta de la iglesia, como para dar pomposidad a la investigación abierta contra un espía ruso, mezclada con este mismo espía tocando una pieza de violín. Esta secuencia también es un ejemplo del cúmulo de planos innecesarios que se nos muestra: durante el examen minucioso que el detective hace del libro que oculta la identidad del infiltrado (Ulises), un cabello cae de entre las páginas, y éste hecho es filmado a cámara lenta, con un irritante ánimo de resultar espectacular. Y es que ese es el mayor problema de El buen pastor, no sólo un generoso montaje que no descarta absolutamente nada de material en el resultado final, sino su intento continuo de presentar cada momento como si fuera el más importante de la trama. El resultado: casi tres horas de cine denso y empalagoso, con filtros visuales y auditivos que velan el buen hacer de un reparto, por otro lado, espectacular (Michael Gambon, John Turturro, William Hurt, Joe Pesci o el propio Robert De Niro son sólo una pequeña muestra) pero que cuenta para sus personajes más importantes con medianías como una limitada Angelina Jolie, o un Matt Damon que hace una interpretación demasiado seca de un personaje que, si bien no pedía excesivos alardes dramáticos, sí que hubiera agradecido una mejor construcción interna.

'The Good Shepherd' - Robert De Niro - 2006 [ficha técnica]
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viernes, 6 de abril de 2007

El jefe de todo esto

Siendo Lars von Trier uno de los directores en activo que más admiro, puedo entender que a algunos les parezca un farsante, incluso comparto algunas de las críticas lanzadas contra sus títulos más célebres, pero siempre destaco que si no se reconoce que es un artista con mucho talento, por lo menos no se puede negar que es más inteligente que la mayoría de los críticos o que muchos de sus compañeros de profesión (su brillantez pasa desapercibida para aquellos que se detienen en criticar su forma de rodar y vender las películas, y no se fijan en lo brillantemente escritos que están su guiones). Lo que no entiendo es que otros que, como yo, lo admiran, lo sigan haciendo al salir de ver películas como El jefe de todo esto. La voz en off del propio director nos pone en situación acerca de lo que vamos a ver, de un modo que suena a pedir disculpas por la nula calidad de lo que se nos ofrece, como si eso dotara a Lars von Trier de una cierta impunidad diplomática: "a continuación voy a ofreceros la peor película de toda mi carrera, os lo he advertido, por lo tanto no podéis criticarme". La sensación que se tiene en ese momento (del cual es difícil reponerse por más que avance el metraje) es la de que el cineasta danés está acomplejado porque, esta vez, no ha intentado hacer la mayor película de autor europea de la historia. Se trata tan sólo de una comedia que a duras penas supera a títulos que otros directores menos laureados como Francis Veber o Lone Scherfig han firmado sin ningún complejo, un patinazo que Lars von Trier no puede añadir a su currículum sin dar explicaciones. La película se puede resumir como una trama divertida que se sigue sin dificultad a la que le acompañan las obsesiones de su autor por los géneros cinematográficos, algo que también es anunciado por éste explícitamente y de lo que se extrae una lectura más o menos interesante: si el actor interpretado por Jens Albinus asume un personaje de ficción para colarse en la realidad como jefe de una empresa de informática que no tiene director, los continuos giros de la historia invitan a pensar que el auténtico jefe al que hace referencia el título es el propio Lars von Trier que modela la historia a su antojo siguiendo las reglas de la comedia. Y eso es todo.

Pero lo más grave del film es su paupérrimo montaje, que se supone que ha sido realizado automáticamente por un ordenador que, nos tememos, es el nuevo invento con el que Lars von Trier quiere enriquecerse: si con su excelente Los idiotas y con su manifiesto Dogma nos vendió una forma irracional (idiota) de hacer cine, en esta película sobre una empresa de informática nos vende humo con la forma de un cacharro tecnológico denominado Automavision, cuyo funcionamiento y funcionalidad no he conseguido entender, pero cuyo resultado es lamentable por más que, en palabras de su creador, sirva "para limitar la influencia humana y proporcionar a la obra una visión libre de la fuerza de la costumbre y de la estética". Como en Cinco condiciones, no entiendo por qué alguien que intenta dar más libertad al cine se empeña en ponerle cada vez más reglas o en complicar cada vez más los rodajes.

'Direktøren for det hele' - Lars von Trier - 2006 [ficha técnica]
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jueves, 5 de abril de 2007

El último show

El oportunista título en español de A prairie home companion puede hacernos creer que el recientemente fallecido Robert Altman concibió el film anunciando su retirada, o presagiando su propia desaparación. No fue así, aunque en el film se deja leer entre líneas la que podría ser la postura de Altman en su despedida. Casi toda la historia se desarrolla durante la última emisión en directo de un viejo pero desconocido programa de radio, que tiene lugar en un teatro donde parece que se haya detenido el tiempo, y cuyo solar ha sido comprado por un inversor que pretende construir unos aparcamientos. En el fondo del relato está, pues, el consabido efecto del progreso sobre los míticos templos culturales que tantas veces hemos denunciado, cada vez que se cierra una sala de cine en el centro de una ciudad para abrir un multisalas en un área comercial de la periferia, o cada vez que el edificio de un antiguo teatro es adquirido por una cadena de supermercados. Sin embargo, Altman parece no llorar demasiado en su última función, como el personaje de G.K. (Garrison Keillor, también guionista) no cree que haya que dar demasiada importancia a la muerte, o piensa que en el último show no es necesario montar aparatosas despedidas, se limita a hacerlo como siempre y pasarlo lo mejor posible. Más aún, Keillor y Altman cierran su historia casi ridiculizando a sus personajes, cuando vemos que Lola Johnson (Lindsay Lohan) ha abandonado la tradición cantante de su madre (Meryl Streep) y su tía (Lily Tomlin) para convertirse en alguien importante en una empresa tecnológica, dejando a sus mayores como dinosaurios que planean giras y no han entendido que los tiempos han cambiado, y que sólo están dejando pasar las horas hasta que el ángel de la muerte se dirija también hacia ellos.

En el fondo, A prairie home companion, es un film un tanto inclasificable, no es una comedia musical al uso, pero sí es un relato muy cómico y con mucha música, casi íntegramente construido sobre la sucesión de canciones folk que tienen lugar en un escenario y las divertidas situaciones que se desarrollan entre bastidores. La historia es deliberadamente humorística aunque la trama podía haber dado para un relato mucho más turbio si, como decimos, Altman hubiera pensado que las cosas eran más graves. De hecho, no es un relato de cine negro pero esto sí que se apunta como una especie de broma al principio: el relato arranca con la voz en off del clásico detective arruinado (Kevin Kline) llamado Guy Noir (!) quien, sobre un fondo de jazz muy hermoso, nos presenta lo que podría haber sido el enésimo homenaje al género. La gracia está en la excasa aptitud que revelará el detective, quien se presenta como Philip Marlowe para pasar a ser al poco rato una especie de Jacques Clouseau y dar lugar a alguna de las escenas más divertidas de la película. Pese a ser un film muy dialogado, el humor no proviene del todo de lo que dicen sus personajes, y en este sentido hay que destacar lo diferente que es este film de las películas de otro tahur de las comedias cuya realización y dirección de actores recuerda bastante a Altman, Woody Allen: éste basa buena parte de su talento en el ingenio (o ingenuidad) de tal o cual personaje, que cobra protagonismo durante un instante, mientras que Altman solía ofrecer relatos corales hasta el último extremo, donde difícilmente ninguno de sus personajes destacaba sobre el resto, ni siquiera en momentos concretos. Con Altman hemos perdido a un maestro de esta manera tan plural de hacer cine, algo que, por otro lado, también ha intentado recientemente gente de la talla de Paul Thomas Anderson (Magnolia), con el oficio de Steven Soderbergh (Traffic) o con el talento para los guiones de Paul Haggis (Crash). Pero no es lo mismo.

'A prairie home companion' - Robert Altman - 2006 [ficha técnica]
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