
Alrededor de esto último gira uno de los hilos conductores de Gomorra, la novela de Roberto Saviano que Matteo Garrone ha llevado al cine. En ella, Pasquale (Salvatore Cantalupo) es un sastre de renombre dentro de la economía sumergida que trabaja para firmas de alta costura, y que se ve amenazado por la mafia por ofrecer sus servicios a la competencia. Pasquale ve cómo actrices de renombre internacional lucen sus vestidos sobre las alfombras rojas de los festivales de cine: él se mueve en un entorno donde hay que jugarse la vida a diario para hacer felices a unos cuantos privilegiados que, por su parte, no quieren saber nada de sus desgracias. Tampoco quieren los directivos industriales que contratan los servicios de Franco (Toni Servillo) y Roberto (Carmine Paternoster) saber a dónde van a parar las toneladas de residuos tóxicos que éstos entierran comprometiendo la salud pública y poniendo en peligro la vida de niños y trabajadores. Franco explica a su joven acompañante que su actividad ha permitido que muchas familias paguen sus deudas y le pregunta si cree que él está por encima de eso, si acaso es mejor trabajar cocinando pizzas. Así, Gomorra llega más lejos que Ciudad de Dios a la hora de describir un crimen organizado que no respeta la vida de mujeres ni de niños. Saviano y Garrone entienden la situación en provincias como Caserta o Nápoles como consecuencia del capitalismo más feroz, donde el negocio tradicional es engullido por el sistema, haciendo que las tierras solo valgan como cementerio de deshechos.
El relato de Saviano se prestaba a un tratamiento colectivo como el realizado por Steven Soderbergh en Traffic (en Gomorra también se ponen sobre el tablero casi todas las piezas que componen la trastienda del crimen organizado: el capo, el matón, el rebelde, el diplomático, el que quiere entrar, el que quiere salir...). Hay incluso en el film algo de disección del relato cámara al hombro heredada de directores como Gus Van Sant o Cristian Mungiu. Pero el estilo de Garrone recuerda a cinematografías más apegadas al documental, como la del portugués Pedro Costa. En ese sentido, Garrone es un neorrealista que no renuncia a una barroca puesta en escena y a un uso de los escenarios de gran naturalismo. Véanse los angustiosos travellings a lo largo de los pasadizos donde los personajes se persiguen y se vigilan entre sí, o momentos como cuando los jóvenes Marco (Marco Macor) y Ciro (Ciro Petrone) disparan diferentes tipos de armas semidesnudos en la playa, siendo a un mismo tiempo una demostración de las ansias de violencia de los personajes y una ridiculización de ese mismo sentimiento. En Marco y Ciro encontramos los pocos vínculos que Gomorra guarda con el cine de gangsters tradicional, en sus continuas mitificaciones de Tony Montana (protagonista de Scarface) o en la secuencia del improvisado atraco en un salón recreativo, una especie de puesta al día del robo al restaurante con el que una pareja de ladrones abría y cerraba Pulp Fiction. El destino final de ambos personajes deja bien claro cuál es la postura del film: en Gomorra no hay héroes cinematográficos, y no basta con culpar de los asesinatos a pistoleros, policías corruptos o políticos, sino que hay que acusar a toda la sociedad del bienestar, culpable de situaciones tan graves como la de ciertas regiones de Italia.
'Gomorra' - Matteo Garrone - 2008 [ficha técnica]
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