
Con esto pretendo alertar, como ya he hecho en otras ocasiones, sobre las reseñas de muchos cronistas que anteponen sus criterios ideológicos a su gusto cinematográfico, pero nunca descalificar al último trabajo de Clint Eastwood, por otro lado, un film formidable. La existencia de otra película como Banderas de nuestros padres sólo presenta un problema en aquellos momentos en los que este segundo relato sobre la Segunda Guerra Mundial resuelve algunas situaciones con elipsis demasiado abruptas (cf. tras el desembarco, vemos una breve secuencia bélica, pero enseguida se pasa a unos oficiales hablando de ese encuentro como algo acabado), tal vez por temor a no repetir lo que los espectadores ya sabíamos, si bien se trata de un mal menor, ya que el hecho de ser aquella más ambiciosa y épica hace que Cartas desde Iwo Jima carezca de su despliegue logístico, lo cual sirve también para que no tenga ese aspecto de producto colectivo que constituía uno de sus principales problemas: la presencia en la producción de Steven Spielberg tan palpable en Banderas... ha dejado de ser un lastre, como tampoco hace tanto acto de presencia el nervio del guionista Paul Haggis, siguiendo ahora el relato un estilo lineal con puntuales flashbacks introducidos de manera clásica. Incluso el tratamiento fotográfico de Tom Stern, cuyos tonos marcadamente grisáceos que resaltan aún más, también contribuye a crear una mayor sensación de cohesión. Todo ello dota al relato de la sobriedad que necesita Eastwood para describir con pulso firme cada situación, llegando en ocasiones al nivel de lo sublime. Curiosamente, el cineasta es tanto mejor cuanto más ajeno le es el contexto, como demuestra en las breves pero intensas secuencias que acontecen en el Japón de mediados de siglo (la de la mujer que llora porque su marido es enviado a la guerra, o la del perro que debe ser ejecutado porque molesta con sus ladridos a un oficial), donde parece haber aprendido el arte que la Historia del cine japones nos ha legado, desde Ozu hasta Yamada, pasando por Mizoguchi, Kurosawa, Oshima o Imamura. En definitiva, el material le sirve a Eastwood para dotar de una pasmosa humanidad a un puñado de personajes condenados al fracaso.
Y es que éste es un hecho clave en la calidad artística del film. Se dice que Eastwood, quien ya tiene a sus espaldas varias obras maestras, no es un autor en el sentido cahierista, tal es la dispersión de su obra, la falta de unidad temática en su cine. Aunque yo tengo mis dudas al respecto. Porque sí que hay una faceta común a los momentos más brillantes de su filmografía: la cultura de los perdedores. Su maestría está en el rostro de John Wilson resignado a hacer su trabajo tras haber perdido a su gran amigo africano al final de Cazador blanco, corazón negro. En el asesino venido a menos Bill Munny, enfermo y recibiendo una brutal paliza en Sin perdón. En el Butch Haynes de Un mundo perfecto, o el Dave Boyle de Mystic River, siendo ejecutados por error tras una vida marcada por una niñez infernal. Por eso, si Eastwood se disponía a rodar una misma contienda bélica desde el punto de vista de los dos bandos, lo lógico sería suponer que el relato de los vencendores no estuviera del todo conseguido, mientras que el del bando contrario pudiera ser un un film sobresaliente. Y así ha sido.
'Letters from Iwo Jima' - Clint Eastwood - 2006 [ficha técnica]