
Es una lástima que siempre que se hable de esta película haya que empezar debatiendo sus (todavía hoy) polémicos aspectos ortográficos, como si no hubiera detrás una semántica lo suficientemente densa. Lo más llamativo de uno y otro aspecto es el modo en que esa forma de contar las cosas siempre tiene sentido aplicada a lo que se está contando, concretamente a la personalidad de su protagonista. Si se trata de hablar de un protagonista para nada acorde con el sistema establecido ¿por qué no usar también un lenguaje que dinamite ese sistema? Michel Poicard avería su coche (robado) y se escucha a un policía, hay un primer plano de él, luego uno de su pistola con el sonido de un disparo y, tras un salto de raccord, vemos a Michel corriendo en medio de ningún sitio. En otro momento vemos que Michel está robando otro coche y alguien que parece ser el propietario se dirige rápidamente hacia él, de pronto Michel está en otro sitio. Michel va a golpear a un comprador de coches e inmediatamente éste ya ha sido golpeado y está en el suelo.
Lo mejor es que conforme ese protagonista encuentra una armonía en su forma de actuar, también la escritura encuentra cierta lógica sin abandonar su principio de trasgresión. Por ejemplo, su primer encuentro con Patricia es una especie de pausa en su frenética vida, que se filma con un travelling ininterrumpido mientras pasean por los Campos Elíseos. Cuando él lleva a la chica en su coche y piropea sus virtudes, se filma la nuca de Patricia cortada por un montaje sincopado, pero esta vez con una mecánica constante y en consonancia con el diálogo del protagonista. La larga escena de la habitación también es cinematográficamente muy bella, en el sentido más clásico, sobre todo por la portentosa presencia de ambos actores.
Tal vez la aportación más clara que François Truffaut hizo al guión, y otro de los valores clave de la película es el personaje femenino, tanto por la recreación que hace Jean Seberg como por su evolución a lo largo del metraje, sobre todo en lo que respecta a su compleja relación con Michel. Después de una década de los 90 cargada de películas sobre la generación X, o de miles de indigestos films realizados con y para jóvenes (incluyendo todas aquellas celebérrimas películas mal-llamadas "modernas" como The Matrix), es francamente difícil encontrar algún ejemplo de representación de la juventud con el que uno pueda sentirse identificado como lo hacemos con el personaje de esa americana "de intercambio" que alquila un cuchitril que decora con mimo con posters de sus películas favoritas, a la vez que mantiene a duras penas su modo de vida soñado. Puede que la crisis social actual me obligue a mí como espectador a encontrar esa identificación, lo cual podría favorecer un revival de la película. Sí, pero eso mismo podían haber pensado los jóvenes de mayo del 68 (cuyo espíritu encuentra una semilla en el carácter revolucionario de esta película), los jóvenes pasotas de "la movida" en los 80 (que recuerdan a Michel por su nihilismo), los jóvenes directores orientales de los 90 (que mezclaron una estética posmoderna con el desparpajo de estos personajes para hacer cine de gangsters), los jóvenes artífices de la célebre campaña de Martini de hace unos años (que hicieron que sus actores repitieran los gestos de Belmondo y la estética de Jean Seberg),...
Yo creo que en vez de hablar de revival en todos esos casos, podría tratarse de una especie de perenne juventud. El personaje de Parvulesco confiesa en el film que su mayor ambición es "ser inmortal y después morir". Puede que esa sea la declaración de principios de la película.
'À bout de souffle' - Jean-Luc Godard - 1960 [ficha técnica]